La responsabilidad, un ejercicio que beneficia a todos
Escrito por Margarita Pavía, profesora de Orvalle, Colegio Bilingüe de Madrid
Publicado en Hacer Familia
Nos define el diccionario de la Real Academia Española la responsabilidad como la capacidad existente en todo sujeto para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Y como todo acto que se realiza en un entorno familiar y social, sus repercusiones afectan a todos los que nos rodean.
Bajamos a nuestra realidad. Como madre de familia numerosa -ocho hijos- y trabajadora en el mundo de la enseñanza, la experiencia me ha hecho tener muy presente la importancia de la responsabilidad en todos los ámbitos, especialmente, para la vida doméstica y en el entorno educativo que conforma la propia familia junto con el colegio que hemos elegido para nuestros hijos. Si ellos ejercen esa responsabilidad de forma correcta tanto en sus obligaciones escolares como familiares, estaremos hablando de la consecución de un importante objetivo que, a su vez, contribuirá de forma fehaciente a lograr muchos otros.
Al igual que nos preocupamos por que ellos tengan la mejor formación académica, nuestra aspiración como padres y educadores, por lo que respecta a la responsabilidad, debe ser que la adquieran y la ejerzan de forma progresiva. El que todos los miembros de la familia o del grupo educativo que forman alumnos y profesores, cumplan sus obligaciones con responsabilidad en el hogar o en el colegio, respectivamente, debe ser nuestro reto y la mejor forma de garantizar el gran beneficio que supone para todos.
Enseñar responsabilidad a nuestros hijos es prepararles, con información y recursos, para adoptar decisiones libres y personales, y asumir las consecuencias que puedan derivarse de ellas, especialmente si dichas decisiones no han sido las más acertadas. Como todos tenemos claro, la mejor enseñanza es el ejemplo. Nuestros hijos tendrán más fácil asumir qué es la responsabilidad si nos ven ser buenos trabajadores, buenos hijos o hermanos de nuestra respectiva familia, y, por supuesto, buenos educadores. Esto implica involucrarse profundamente en todo lo relacionado con la educación, recordando, precisamente ahora que hablamos de responsabilidad, que es nuestra, de los padres, y que el colegio es el gran apoyo en esta tarea, no el delegado para llevarla a cabo.
Cada miembro de la familia es importante, insustituible y diferente a los demás: todos contribuyen al bien familiar y, por ello, todos son importantes. Cada uno ha de asumir de manera natural sus responsabilidades, según la edad y capacidad de cada uno. La familia somos todos y todos contribuimos de una manera humana, natural y espiritual, siempre partiendo de la base del ejemplo de los padres y demás miembros de la familia.
Es precisamente en la edad más temprana donde es clave el factor imitación de unos modelos y el establecimiento de unos hábitos de conducta, en el cuidado personal y en pequeñas tareas del hogar. En este sentido, la virtud del orden va muy unida a este objetivo, que se comparte con el desarrollo de la autonomía personal.
Según se avanza en la edad, junto a la potenciación de esos esbozos de orden y autonomía, comienza a cobrar importancia la conciencia sobre esa independencia a la hora de tomar decisiones. No es simple obediencia. Se debe animar a los niños a tomar decisiones, llevarlas adelante y asumir todo lo que puede venir detrás de esa decisión. Se evitan, de esta forma, las conductas caprichosas más vinculadas al bienestar de cada momento.
Vamos a ir a lo práctico y a detallar algunas circunstancias en las que los niños pueden comenzar a ensayar y ejercer la responsabilidad.
En los primeros años, el juego es parte fundamental de su desarrollo. Ahí pueden entrar tareas como recoger sus juguetes, que necesariamente, en las primeras ocasiones, realizarán en compañía, para enseñarles cómo y el por qué de esa acción. La puesta o retirada de la mesa de desayunos, comidas o cenas es otra tarea básica con la que comenzar el aprendizaje, así como otras pequeñas recogidas como la de los papeles u otros objetos. Si estos pequeños trabajos se sistematizan y se convierten en encargos permanentes, desarrollaremos la responsabilidad del niño y la conciencia de que forman parte de un ‘engranaje’ familiar en el que pueden colaborar de forma activa. Naturalmente, en todo el proceso requerirán nuestra ayuda, que debe estar presente siempre con un fin educativo. Está claro que si estas cosas las hacemos nosotros, probablemente se terminarán antes y estarán mejor terminadas, pero no habremos enseñado nada útil.
Un poco más mayores, pueden seguir realizando estas mismas tareas, pero abandonando de forma paulatina la supervisión adulta. Deben empezar a diferenciar sus propios encargos y discernir cuándo, en su cumplimiento, están realizados de forma satisfactoria.
Estamos ya en los 4 o 5 años. Puede ser buen momento para iniciarse en hacer su propia cama, o en el aseo personal y vestirse de forma autónoma. Más que lograr la perfección en estos trabajos, lo que se debe pretender es que vayan adquiriendo el hábito.
Con algún año más se puede ir aumentando el nivel de ‘responsabilidad’ de los encargos, como el orden completo de su habitación o culminar las tareas antes mencionadas ya casi sin intervención adulta.
Con el inicio de la etapa escolar de Primaria comienza a cobrar importancia el trabajo relacionado con la formación personal. Sobre todo, en estos primeros años, es vital la creación del hábito de estudio y el fomento de la responsabilidad que se deriva de ello. Para los niños, estudiar forma parte de su ‘quehacer profesional’ (cada uno a su nivel), y es positivo que comiencen a conocer las derivadas de su desempeño. Si se esfuerzan, cada uno en la medida de sus posibilidades, deben ver el fruto: un trabajo bien hecho. Y, por el contrario, si no lo realizan con responsabilidad, también deben comenzar a aprender a afrontar las consecuencias.
Del resto de tareas domésticas, según se avanza en edad también se puede ir progresando en la complejidad de los encargos, que pueden llegar, ya en los doce años por ejemplo, a ejercer de ‘cuidadores’ o ‘canguros’ de sus propios hermanos en pequeños espacios de tiempo. Vamos adoptando conciencia también de que la responsabilidad no es un tema exclusivamente personal, sino que se extiende y afecta a más personas.
Todos estos pequeños ejemplos de aprendizaje de la responsabilidad deben ser puestos en práctica teniendo muy claras algunas premisas básicas. Ya hemos hablado de que los padres seremos modelos de referencia para la actuación de nuestros hijos, y que sus encargos deben estar ajustados a su edad. Pasamos a otro aspecto importante como es la señalización de límites a acciones que no deseamos que ellos no lleven a cabo, y el establecimiento de unas reglas claras de comportamiento, pocas pero ‘cristalinas’.
Después queda un aspecto difícil por nuestra parte, que es asumir realmente que los encargos los deben realizar solos. A veces es lo que más nos cuesta a los padres, que nos podemos llegar a ‘perder’ en un exceso de sobreprotección. Será mucho más gratificante comprobar cómo ellos pueden sacar adelante sus responsabilidades, y buen momento ese para felicitarles si lo han hecho bien o han puesto todo su empeño, o corregir, de forma objetiva y con ánimo didáctico, cuando el resultado no haya sido el óptimo. También, cuanto más les vayamos haciendo partícipes de todos los avatares de la vida familiar, más conseguiremos que se involucren en ella.
Por el contrario, hay otras cosas que debemos evitar, como las comparaciones entre hijos, generarles desconfianza o temor con ciertos comentarios o descalificaciones de su trabajo, ver a los hijos solo como sujetos de órdenes o excederse en la mencionada sobreprotección. Y por supuesto, manifestar ante ellos siempre el acuerdo entre padre y madre, y entre padres y colegio.
El intento de consecución de estas pautas será el camino a través del cual iremos fomentando el desarrollo de la responsabilidad personal, y haciendo que los hijos sepan tomar las decisiones ‘libres’ que requiera cada situación, entendiendo precisamente por libertad esa capacidad de elegir lo correcto. Generaremos también un espíritu de solidaridad y colaboración con los demás, primero por respeto hacia ellos y luego, más en profundidad, por la entrega y amor hacia nuestros semejantes.
Para terminar, quiero hacer especial hincapié en la necesidad de destacar el aspecto del beneficio común e intentar hacer ver siempre el lado positivo del ejercicio de la responsabilidad. No podemos conformarnos con transmitir que la responsabilidad forma parte del cumplimiento de unas reglas, sino que es un elemento importante para el correcto desarrollo integral de la persona y un factor transcendental para el bien de todos, a través del fomento de la perseverancia para conseguir las cosas, el respeto y la colaboración con los demás. El resultado será, en definitiva, una mejora de las relaciones familiares y, por extensión, lo que anunciaba el Papa Juan Pablo II: "El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz".