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Niños socialmente competentes: educar en la empatía.
Cada vez somos más conscientes de que la inteligencia, como se ha entendido hasta ahora, no lo es todo. La sociedad nos está demandando dar un paso más en la educación de nuestros alumnos. No es suficiente dotarlos de habilidades intelectuales para que puedan defenderse en el futuro, y más cuando nuestro objetivo es educarlos para que sean felices y puedan hacer felices a quienes les rodean. Es cierto, apuntamos muy alto.
La educación de las habilidades sociales es clave para enseñar a nuestros alumnos a desenvolverse entre sus iguales ahora y en sus futuros trabajos, familias, etc.
Son muchos los aspectos a formar. Pero quería fijarme especialmente en la capacidad de empatizar, de entender cómo puede sentir y pensar otra persona, de analizar una situación desde el punto de vista del otro. Ejercitarse en ver una misma realidad desde diferentes ángulos, facilita un mayor entendimiento de la realidad, y por tanto favorece mucho la relación con los demás.
Esta capacidad no es innata, necesitamos desarrollarla y la vida nos ofrece múltiples oportunidades para entrenarnos. Muchas veces, el pasar por esa misma situación -no cabe duda- facilita esa empatía, pero cuando esto no ocurre, requiere un esfuerzo extra que revierte en salir de nosotros mismos, ampliar nuestro campo de mira, fijarnos en detalles que matizan cada circunstancia.
Algunas ideas que pueden ayudarnos en esta tarea con nuestros hijos o alumnos son:
-Enseñarles a identificar y a compartir los propios sentimientos. Necesitamos aprender a reconocer y a verbalizar lo que nos pasa, saber cuáles son las causas y el cómo me afectan las cosas para poder transmitirlas a quienes nos rodean. Esto, siendo una parte importante de la comunicación y del control emocional, es además, el paso previo a valorar las emociones de los demás.
-Mostrarles las distintas perspectivas que puede tener una misma realidad. Las cosas no siempre son como yo las veo, y es bueno que se acostumbren a detectarlo. Acostumbrarles a no juzgar sin haber oído más de una campana, esto siempre será un buen modo de abordar este punto.
-Ofrecerles modelos de empatía a diario a través de situaciones cotidianas. Por ejemplo, ante una mala contestación de alguien en un comercio, justificar que puede deberse a tener un mal día, o a lo duro que debe ser ese trabajo…
-Ayudar a encontrar puntos en común con los demás. Lo fácil es quedarnos en lo que nos diferencia, pero lo que realmente ayuda es detectar aficiones, gustos, modos de hacer en común. Siempre serán buenos aliados para relativizar lo que no nos gusta tanto de los demás.
-Animar a imaginar de manera habitual cómo se siente la otra persona. Un hermano, un compañero de clase, etc…Cómo le puede afectar mi comportamiento, mis palabras, el tono de voz que he empleado o el gesto que he puesto. Cuantas veces duele más una mueca o un mal gesto que unas palabras o un empujón.
En resumen, ser empático es entender los sentimientos -propios y ajenos- lo suficiente como para tomar decisiones, comprendernos y comprender a los demás, además de relacionarse con ellos de manera enriquecedora.
Nadie nace con la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Es una habilidad que se aprende y que hay que ir practicando y entrenando a lo largo de la vida.
Clara Sordo,
Pedagoga y profesora de Primaria en el Colegio Orvalle.